Llegué a este libro explorando internet. Íbamos a viajar a Las Vegas, por temas de trabajo de mi esposa, y necesitaba algo que me alejara por completo del ruidoso mundo de las máquinas de apuestas y del frenesí de los comensales por encontrar el mejor buffet. Encerrado en la habitación del MGM, me reencontré con las crónicas sobre el caminar de un autor que desconocía.
En la literatura, caminar ha sido un acto inspirador y transformador. Varios escritores han explorado el poder del caminar como una herramienta reflexiva sobre el proceso de escritura e interacción con el espacio. Desde Henry David Thoreau con su ensayo Caminar, hasta Rebecca Solnit con su grandiosa obra Wanderlust: Una historia del caminar, estos libros destacan cómo el simple acto de recorrer el mundo a pie puede abrir puertas al pensamiento, a la creación literaria y a una comprensión más profunda del entorno.
En este contexto, Caminar, las ventajas de descubrir el mundo a pie, de Erling Kagge, se inserta como una obra indispensable para quienes buscan entender la conexión entre el cuerpo, la mente y el espacio que habitamos.
Kagge, explorador y filósofo noruego, nos invita a redescubrir la lentitud y el asombro a través de cada paso. A lo largo de las páginas, comparte sus experiencias recorriendo tanto vastos desiertos de hielo como las calles de su ciudad natal, así como las zonas populares y peligrosas de Los Angeles y los desagües subterráneos y asquerosos de New York.
“En Los Angeles la policía puede pararte porque resultas sospechoso por el hecho de andar. ‘You walked?’” (pág. 40)
“Nos impresionó que en Los Angeles hubiera tan pocos árboles, en contraste con la increíble cantidad de centros de manicura y gente drogada. En gran parte de la ciudad todo es obra del ser humano; está repleta de proyectos urbanísticos y nos dio la impresión de que la mitad de la población se dedicaba a arreglar las uñas de la otra” (pág. 41).
Para Kagge, caminar es más que un simple ejercicio físico; es una manera de encontrar silencio en un mundo saturado de ruido, de conectar con nuestro interior y con la naturaleza.
“Caminar puede ser verse a uno mismo, amar la tierra y dejar que el cuerpo viaje al ritmo del alma” (pág. 130).
En un estilo directo y reflexivo, teje anécdotas de sus viajes extremos con reflexiones filosóficas y observaciones cotidianas, destacando que, en un mundo hiperconectado, caminar puede ser un acto subversivo de reconexión con nosotros mismos y un encuentro con los pasos de los primeros hombres que habitaron esta tierra.
Las palabras de Kagge no buscan impresionar con giros complicados o metáforas rebuscadas, sino que logran transmitir la quietud y el espacio mental que otorga el caminar. A través de las crónicas de sus travesías, reflexiona sobre la importancia de reducir la velocidad en nuestras vidas y de cómo los pasos nos invitan a una forma más plena de vivir el presente.
La lectura es casi como un paseo lento en el que se permite disfrutar del entorno sin prisa, empapando al lector de una sensación de paz.
Lo que hace a este libro especialmente relevante es su capacidad para recordar algo que hemos olvidado en la vorágine de la vida moderna: el poder de la simplicidad. Caminar nos brinda la oportunidad de detenernos, de pensar y de ser más conscientes del mundo que nos rodea. Kagge, con su experiencia como explorador, ofrece un valioso recordatorio de que el descubrimiento no siempre está en lo extraordinario, sino en lo cotidiano, y que dar un paso es una forma de redescubrir lo que nos rodea, y de redescubrirnos a nosotros mismos.
Nos recuerda que:
“Los pies son tus mejores amigos, cuentan quién eres” (pág. 54).
Y nos recomienda pensar que el arte no se encuentra en la cabeza, “sino en el cuerpo” (pág. 65).
Hay que echarlo a andar.