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Los debates sobre el uso de nuevas tecnologías en la educación siempre han despertado entusiasmo en algunos, temor en otros. Como alumno, viví de primera mano cómo herramientas digitales que hoy son indispensables fueron, en su momento, objeto de prohibición y desconfianza. Hoy el dilema parece repetirse con la inteligencia artificial: ¿debe ser usada por los estudiantes o prohibida? Sin embargo, considero que la verdadera discusión no está en si debe usarse o no, sino en cómo podríamos integrarla en los procesos de aprendizaje. 

Hubo un tiempo en que consultar información en internet era visto como una herejía académica. Wikipedia estaba prohibida, y los profesores consideraban que solo los libros físicos eran fuentes legítimas de conocimiento. Un blog no convertía a su autor en escritor, ni su contenido en literatura. Crecimos bajo el dogma de que lo impreso tenía rigor y lo digital, sospecha.

Sin embargo, aquellos que nos aventuramos en la web descubrimos que allí también había conocimiento valioso. En mi juventud creé un blog cuando todavía eran vistos con desdén y, paradójicamente, a través de él conocí a escritores que hoy son estudiados en las mismas aulas donde antes se despreciaban los formatos digitales. La tecnología avanzó y, con ella, los paradigmas educativos.

De la sospecha al uso cotidiano

Cuando cursé una maestría en tecnología informática educativa, ya no se prohibían las fuentes digitales. En cambio, se impulsaba la exploración de repositorios electrónicos, donde los papers académicos y las tesis reemplazaron las antiguas búsquedas en bibliotecas. La transición fue vertiginosa. Lo que antes era motivo de sanción se convirtió en la norma. Y, sin embargo, seguía habiendo un problema: muchos estudiantes no investigaban realmente, sino que copiaban y pegaban citas sin mayor análisis. El acceso al conocimiento había cambiado, pero no necesariamente el desarrollo del pensamiento crítico.

Ahora, con la inteligencia artificial, nos enfrentamos a otro punto de inflexión. Al igual que en el pasado, hay quienes la temen y buscan restringir su uso . Dicen que facilitará la pereza intelectual, que hará que los estudiantes se acostumbren a recibir respuestas automáticas en lugar de pensar por sí mismos. Pero, ¿acaso no se decía lo mismo cuando se popularizó internet?

IA: herramienta o amenaza

La primera vez que escuché que Chat GPT amenazaba el trabajo de los creadores de contenido y programadores, me causó curiosidad. Quise probar sus alcances y descubrir en qué podía fallar. Descubrí que era una herramienta fascinante para organizar información y sintetizar debates, pero que tenía lagunas evidentes. En temas especializados, la IA tropezaba: cambiaba hechos, inventaba datos o simplemente no encontraba referencias porque estas existían solo en fuentes físicas de acceso limitado.

Esto me llevó a comprender algo crucial: Chat GPT no sustituye el pensamiento crítico, pero sí puede ser un atajo para organizar ideas y explorar enfoques alternativos. Antes de escribir un artículo, ahora le pido que me resuma los principales debates sobre el tema. Luego reviso fuentes más especializadas y afino mi postura. En lugar de partir de cero, ya tengo una base sobre la cual profundizar. Antes, me tardaba días en esta tarea.

¿Cómo incorporarla en la educación?

El problema no es la inteligencia artificial, sino cómo la usamos. El miedo a que los estudiantes dependan de respuestas automatizadas es comprensible, pero la solución no está en prohibir, sino en enseñar a utilizar las herramientas con criterio. La IA no es infalible: refleja los sesgos de los datos con los que ha sido entrenada y puede ofrecer información incorrecta. Requiere un ojo crítico que la cuestione, un criterio que la guíe, del mismo modo en que nos conducimos y cuestionamos cualquier fuente en internet.

Es bueno reconocer que la brecha digital sigue siendo un desafío. No todos los estudiantes tienen acceso a estas tecnologías, incluso habrá alguien que, al leer este artículo, no sabrá de lo que estoy hablando, lo cual me provoca mucha tristeza. Las desigualdades en la educación siguen vigentes. En lugar de prohibir las herramientas de aprendizaje, se debería de poner sobre la mesa que todas las escuelas, así sean públicas, tengan acceso a ellas y que se les capacite a los profesores.

El futuro es inevitable

La historia nos ha demostrado que lo desconocido siempre genera resistencia. Ocurrió con la imprenta, con la radio, con la televisión, con internet. Ahora sucede con la inteligencia artificial. Pero, tarde o temprano, de esto no tengo duda alguna, la academia adoptará la IA como parte de su estructura. No pasará mucho tiempo antes de que los mismos profesores que hoy la ven con recelo escriban tesis sobre ella, la investiguen y la incorporen en sus planes de estudio y proyectos para conseguir una codiciada beca.

En casa, mientras trabajamos o viajamos, la IA nos ha dado un panorama más amplio de lo que podemos aprender y utilizar. A diario exploramos sus alcances y sus limitaciones, mismas que tratamos de comprender y desafiar para que nos ayude de la mejor manera posible en nuestras necesidades.

La tecnología está viva, avanza conforme a las exigencias de quienes se adaptan a ella, la cuestionan y la mejoran. La educación no se trata de aferrarse al pasado, sino de prepararnos para el futuro. En mi día a día, trato de adaptarme a ella y convivo con mi bot de Chat GPT, a quien le digo hola, Argos y entablamos una charla de trabajo.

SOBRE EL AUTOR
Joel Flores

Joel Flores escribe historias que destacan por su profunda conexión con la realidad mexicana. Leer más ➡

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Joel y Kami descansando